Escuelas para un solo sexo: más datos para un debate (II)

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Esta entrada continúa otra de hace dos semanas que a su vez seguía una discusión comenzada aquí. Como ya dije entonces, esta semana me centro en las consecuencias no académicas, para lo que una referencia básica es este artículo.

Una primera cuestión que me gustaría abordar es mi sorpresa por una declaración del artículo al principio de su tercer párrafo: “Desde una perspectiva de política, la implementación de escuelas de un solo sexo debería sostenerse sobre la evidencia de que produce mejores resultados educativos que las escuelas mixtas.” Imagínense que el status quo es la situación contraria (no es tan difícil, y alguno lo habrá sufrido en sus carnes, los institutos públicos españoles eran de un solo sexo hasta hace pocas décadas) y que los prebostes de turno nos salen con que “la implementación de escuelas mixtas debería sostenerse sobre la evidencia de que produce mejores resultados educativos que las escuelas de un solo sexo.” Aparte de este argumento de simetría elemental, hay un argumento de viabilidad política que a veces se nos pasa a los defensores de la escuela pública. Si excluimos sin motivos poderosos a mucha gente de la escuela financiada públicamente, es más fácil que se forme una mayoría votantes que no esté interesada en la misma. Las consecuencias se las pueden imaginar fácilmente.

Por estos motivos me parece que la prohibición o incluso la exclusión de la financiación pública deberían estar fundamentadas en evidencia claramente negativa. Esa evidencia no existe para las consecuencias académicas (más bien, aunque débilmente y de manera no concluyente, en la dirección contraria). Esta semana nos centramos en consecuencias no académicas. Aquí la evidencia es ciertamente preocupante en el sentido negativo, pero no me parece definitiva por motivos que espero queden claros en lo que sigue. Los dos aspectos en los que se centra la discusión son: la generación de estereotipos y de comportamientos inadecuados debido a la segregación escolar.

Para la generación de estereotipos un artículo representativo es el de Hilliard y Liben. Este artículo discute los resultados de un experimento realizado con 57 estudiantes de dos escuelas (y cuatro clases, dos por escuela) de educación infantil (entre 3 y 5 años de edad). En una de las escuelas, escogida al azar se decidió se decidió llamar la atención sobre el sexo de los estudiantes durante dos semanas. Esto suponía “hacer uso frecuente del sexo mediante separación física (p.ej. que niños y niñas hicieran filas separadas), la organización de la clase (p.ej. colgar tablones de anuncios distintos para niños y niñas), y el uso de lenguaje sexo-específico (p.ej. decir “necesito una niña para repartir rotuladores” o “buenos días niños y niñas). Sin embargo se les pidió a los profesores explícitamente limitar el tratamiento diferencial al lenguaje y organización, tratar a los dos grupos por igual y evitar la competencia entre niños y niñas. En la otra escuela no se les dio instrucciones a los profesores sobre estos asuntos. Las dos escuelas tenían antes del experimento una política explícita de evitar el lenguaje diferencial y la organización por sexos.

Las medidas se hicieron de varias maneras. Una de ellas es el test de Medidas de Actitud Preescolar sobre Ocupación y Actividad (POAT-AM). En él se muestras fotos de actividades y ocupaciones a los niños y se les pregunta si “deberían” hacerlos hombres, mujeres o los dos. De estas actividades, 22 son tradicionalmente masculinas, 20 son femeninas y 24 neutrales. También se realizó el test (POAT-PM) que mide las preferencias personales de cada uno de ellos por realizar estas mismas actividades. Los tests se hicieron antes y después de la intervención.

La figura 1 es muy ilustrativa de los resultados. Se observa una diferencia en la creación de estereotipos sobre las actividades, al bajar significativamente la cantidad de actividades que se consideran apropiadas para los dos sexos, de aproximadamente 15 a 10 en la escuela tratada (hay una bajada no significativa de 14 a 13 en la de control). ¡Y esto en solamente dos semanas de tratamiento!

 

También se les hizo un test para comprobar con quién les gustaría jugar más de su clase enseñando fotos y se hicieron observaciones de la cantidad de tiempo que jugaban con alumnos de uno y otro sexo. La figura 2 también ilustra de una bajada significativa de la tendencia a jugar (panel de arriba) y tiempo efectivamente jugado (panel de abajo) con personas del sexo contrario en la escuela tratada, sin cambio significativo en la escuela de control.

El número de mujeres en carreras científico-técnicas es sorprendentemente bajo en nuestras sociedades, y los resultados sobre el test POAT son claramente preocupantes, en la medida que más segregación pueda llevar a una elección profesional sesgada por el sistema educativo. Pero esta evidencia hay que contrastarla con la contenida en el artículo sobre las escuelas coreanas que discutíamos en la entrada anterior, en la que no se veía ningún efecto sobre la elección universitaria de estudios científico-técnicos para las mujeres derivado de la escuela diferenciada.

Para interpretar el resultado sobre la preferencia de juegos, es útil referirse a la otra evidencia que quiero discutir, contenida en este artículo. Este es un estudio cuyos participantes son 61 estudiantes (28 niños y 33 niñas) de tres clases de una escuela infantil universitaria con entre 3 y 5 años de edad. Se observó a los estudiantes durante 6 meses, de manera aleatoria por períodos de 10 segundos y se codificaron sus actividades. Los datos se componen de 19382 observaciones, unas 125 en media por cada participante. Las observaciones se codifican por quienes eran los compañeros de actividad, su sexo, la cercanía a los adultos y el tipo de actividad.

Los resultados se examinan con regresiones multinivel que miran el efecto de determinadas variables en un subperíodo, con comportamientos en el segundo subperíodo. Y se ilustran bien en la siguiente figura que representa el efecto del tiempo pasado en interacciones con individuos del propio sexo en comportamientos futuros.

Para las niñas, el jugar con otras niñas predice, por ejemplo que pasarán más tiempo cerca de adultos, que tendrán menos comportamientos agresivos y un menos nivel de actividad. Para los niños es justo al contrario. Estos resultados son sugerentes, pero como los propios autores reconocen (página 444, final de la primera columna) “debido a la naturaleza correlacional de la investigación, reconocemos que no podemos demostrar un papel causal para la exposición al mismo sexo. Puede haber un tercer factor que explique los resultados.”

¿Qué se puede concluir? Pues la verdad es que yo me quedo inquieto, pero al igual que la semana pasada no me quedo convencido. Los estudios se hacen con estudiantes muy jóvenes, durante poco tiempo y en algunos casos sin control experimental. Metodológicamente lo ideal serían estudios que midiesen de manera experimental el tratamiento real, como el coreano o el de Trinidad que medían efectos académicos.

Pero yo diría más aún, estos estudios deberían hacerse aquí mismo. Y esto no solamente por el motivo habitual de la validez externa a poblaciones diferentes de un mismo tratamiento. Como han señalado acertadamente muchos lectores, el “tratamiento” español no es equivalente a los demás porque las instituciones que hacen educación diferenciada en España tienen un ideario que no se reduce a la diferenciación y los efectos del tratamiento pueden deberse a múltiples aspectos del ideario. El hecho de que algunos de ellos sean escuelas concertadas, que presumo sobre-demandadas, nos permite una evaluación rigurosa, porque los alumnos que no entraron por la lotería de los apellidos y por tanto no pudieron ser tratados son un grupo de control perfecto. Espero que las autoridades se animen a hacer esta necesaria evaluación. Si como sugieren algunos estudios estamos haciendo un daño a estos chicos, mejor saberlo y pararlo de inmediato. Y si se prueba que no hay daño, o incluso que hay beneficio, pues deberíamos también tomar nota.

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